El Coronel no tiene quién le escriba
Fragmento
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"Es la misma historia de siempre", comenzó ella un momento
después. "Nosotros ponemos el hambre para que coman
los otros. Es la misma historia desde hace cuarenta años."
El coronel guardó silencio hasta cuando su esposa hizo una
pausa para preguntarle si estaba despierto. Él respondió
que sí. La mujer continuó en todo liso, fluyente,
implacable.
--- Todo el mundo ganará con el gallo, menos nosotros.
Somos los únicos que no tenemos ni un centavo para apostar.
--- El dueño del gallo tiene derecho a un veinte por ciento.
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--- También tenías derecho a que te dieran un puesto cuando te ponían
a romperte el cuero en las elecciones -replicó la mujer-.
También tenías derecho a tu pensión de veterano
después de exponer el pellejo en la guerra civil. Ahora todo
el mundo tiene su vida asegurada y tú estás muerto de
hambre completamente solo.
.....
--- Vamos hacer una cosa -la interrumpió el coronel.
--- Lo único que se puede hacer es vender el gallo -dijo
la mujer.
--- También se puede vender el reloj.
--- No lo compran.
--- Mañana trataré de que Álvaro me dé los
cuarenta pesos.
--- No te los da.
--- Entonces vende el cuadro.
.....
Trató
de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el sueño.
Cayó hasta el fondo de una substancia sin tiempo y sin espacio,
donde las palabras de su mujer tenían un significado diferente.
Pero un instante después se sintió sacudido por el hombro.
--- Contéstame.
El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después
del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recordaba en la
claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le
ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar
--- Qué se puede hacer si no se puede vender nada -replicó
la mujer.
--- Entonces ya será veinte de enero -dijo el coronel,
perfectamente consciente--. El veinte por ciento lo pagan esa misma
tarde.
--- Si el gallo gana -dijo la mujer--. Pero si pierde. No se te
ha ocurrido que el gallo puede perder.
--- Es un gallo que no puede perder.
--- Pero supónte que pierda.
--- Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar
a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
"Y mientras tanto qué comemos", preguntó y agarro el
coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía.
--- Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco -los setenta y cinco años
de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió
puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
--- Mierda.
Fragmento del "Coronel no tiene quién le escriba",
Alianza Cien pág. 92-95
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